Miro con asombro las esperanzas que sigue despertando entre los católicos –y tantos otros que no lo son– el papa actual, el bendito papa Francisco a quien bendecimos como él nos pidió. Ya lleva 110 días, y no soy quién para decir cuánto hay de esperanza y cuánto de expectativas ilusorias en esta euforia papal que siguen mostrando los mejores –los más sencillos, inquietos, abiertos, los buscadores de lo nuevo entre las ruinas de lo viejo– de dentro o de fuera de la Iglesia católica.