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jueves, 15 de marzo de 2018

La bendición de uniones homosexuales





Jesús Martínez Gordo
           
Si se bendijeran las uniones homosexuales, se estaría cooperando con “un acto moralmente prohibido, sin importar cuán sinceras sean las personas que buscan la bendición”. Como consecuencia de ello, “se minaría gravemente” el testimonio de la Iglesia “sobre la naturaleza del matrimonio y la familia”, además de confundir y desorientar a los fieles ya que se estaría emitiendo el mensaje de que es un enlace grato a Dios y conforme con su voluntad. Por eso, los sacerdotes y diáconos tienen prohibido tomar parte, atestiguar u oficiar “cualquier tipo de unión civil de personas del mismo sexo” o “cualquier ceremonia religiosa” que busque bendecir tales uniones. Quien se manifiesta así de contundente es Charles Joseph Chaput, arzobispo de Filadelfia (EE. UU). Con esta medida, concluye, no se rechaza a las personas, sino, simplemente, se sostiene “con claridad lo que sabemos que es cierto sobre la naturaleza del matrimonio, la familia y la dignidad de la sexualidad humana”.


La singularidad de estas declaraciones no reside solo en la negativa y en la crítica argumentación que aportan, sino en sus interlocutores: los obispos alemanes. Éstos, como ya es sabido, defendieron en su Informe para el Sínodo de Obispos de 2015 que “la orientación sexual” era “una disposición inmutable y no una elección particular” y que, por eso, a la gran mayoría de los católicos alemanes les irritaba el discurso que entendía la condición, el comportamiento y la unión homosexual como intrínsecamente desordenados. Guste o no, sostuvieron los prelados alemanes en aquella ocasión, existe una diversidad de orientación sexual con fundamento en la naturaleza de cada persona. Esta realidad explica que aumente el número de los católicos alemanes que, sin igualarlas con el matrimonio, las acepten cordialmente. Ha llegado el momento de revisar, proponían algunos teólogos en sintonía con este cambio de perspectiva, la supuesta consistencia de la ley moral natural a la que se ha venido recurriendo hasta hoy en lo referente a las uniones homosexuales.

Pues bien, en coherencia con dicho posicionamiento, y prolongando la invitación del papa Francisco a que los homosexuales puedan “contar con la ayuda necesaria para comprender y realizar plenamente la voluntad de Dios en su vida” (“Amoris laetitia”), Franz-Josef Bode, obispo de Osnabrück y vice-presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, ha propuesto la conveniencia de pensar en una bendición de las uniones homosexuales, dejando bien claro, que no deben “confundirse con un enlace matrimonial”. “El silencio y los tabúes” sobre este asunto, ha argumentado, solo “crean confusión” y “no conducen a nada”. El mismo cardenal Reinhard Marx, presidente de los obispos alemanes y miembro del llamado C-9 que asesora a Francisco en la reforma de la Iglesia, ha informado, más recientemente, de la creación de un grupo de trabajo al que se ha encomendado “preparar” el oportuno debate sobre la posibilidad de bendecir dichas uniones.

No existen al respecto, “reglas” o “soluciones generales” que aplicar mecánicamente, sino una decisión que ha de estar fundada en un ponderado discernimiento realizado entre los demandantes y el sacerdote o el diácono habilitado para ello. Hay que finiquitar -ha venido a sostener- la casuística que ha hecho correr ríos de tinta estos últimos siglos y dejar, en sintonía con el corazón del Evangelio, que el discernimiento -articulación de lucidez y entrañas de misericordia- tenga la entidad que presentaba en Jesús.

Éstos son los interlocutores y argumentos de los que se desmarca el arzobispo de Filadelfia. Por eso, una eventual decisión de la Conferencia Episcopal Alemana en este sentido, ha declarado, “resuena inevitablemente en (toda) la Iglesia y, por supuesto, aquí”, es decir, en EE.UU. y en todas las partes del mundo. “Cualquier rito de ese tipo -finaliza, de manera tan grandilocuente y gratuita como critica- iría en contra de la Palabra de Dios y de la constante enseñanza y creencia católica”.

Vistos los debates y posicionamientos habidos al respecto en los Sínodos de 2014 y 2015, creo que no es un disparate sostener que una buena parte del episcopado estadounidense participa de esta crítica. Y con ellos, la gran mayoría de los obispos africanos, así como bastantes de los prelados de Europa del este; con Polonia al frente. Sospecho, y no pasa de ser una mera sospecha personal, que, muy probablemente, también la comparten no pocos de los obispos españoles, habida cuenta, por ejemplo, de los intentos de torpedear -por parte de su sector más beligerante- la Encíclica “Amoris laetitia” y ante el silencio de la gran mayoría.

¡La de problemas que se podrían ahorrar los papas -y, con ellos, Francisco- si los católicos intervinieran, como sucede actualmente en la gran mayoría de las diócesis alemanas, en la elección de sus respectivos obispos! Seguro que así estarían más atentos a recoger lo que piensan los católicos sobre éste y otros asuntos. Y, como fruto de ello, su magisterio sería mucho más “católico”, inculturado y creativo, además de contar con una mayor acogida.

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